viernes, diciembre 9

Espejismos - Tercer Capítulo


     Entonces después de mucho conversarlo y pensarlo bien, Lorena y Javier decidieron ir en dirección a las  montañas, hacia el Dios del Este.
 

‑ Será un camino sumamente difícil, lleno de peligros ‑ dijo  la mujer ‑ pero no deben olvidar que todo es por el bien de la  humanidad, que el Dios del Este siempre estará con ustedes y  que deben tener mucha fe. No deben flaquear o todo será en  vano. Yo estaré cerca de ustedes por si me necesitan y deben  recordar que pase lo que pase el niño debe llegar hasta el  templo.  


‑ Pero ¿ cómo saber el camino ? ‑ preguntó Javier. 


‑ El anciano se los mostrará. 


‑ Pero no podemos confiar en él. ¿Cómo sabremos que nos  llevará por el camino correcto?.  


‑ La leyenda dice que la astucia y la experiencia de muchos años será puesta al servicio del niño para su llegada al  templo. El anciano sabe que hablo con la voz de la verdad y  que no hay marcha atrás. Es la única persona que conoce a la perfección la montaña y los caminos más fáciles para llegar a la cima de ella.
        

     La mujer se acercó al anciano y lo miró fijamente, sus  ojos cambiaron de color y aquellos ojos que antes eran negros  se tornaron  azul pastel, en  cambio  los ojos de la mujer  brillaban como luceros perdidos en el firmamento. El anciano  cerró sus ojos ahora azules y cayó  en un profundo sueño. 



     La  mujer caminó hacia Lorena y tomó sus manos. La miró con mucha  ternura y le dijo: 


‑ Yo sé que no entiendes lo que sucede, ya no llores, debes  sentirte halagada ya que fuiste elegida entre millones de  mujeres para ser la madre del niño que nos salvaría. No eres  una mujer común, y tu lo sabes. No hablo de poderes mágicos  sino de cosas que son más fuertes que la magia, como la  entereza de carácter, la nobleza, la fe, el espíritu de  sacrificio, la perseverancia y sobre todo la capacidad de  perdonar. Tu eres una mujer fuerte y sabrás como actuar. He  eliminado del corazón del anciano la envidia y la mentira que  cegaba sus ojos, ahora es  sincero y  será capaz de dar la  vida por ustedes.
        

     Acercó sus labios a la frente de Lorena, la besó y  luego tomó las manos de Javier. Se sentó frente a él y le  habló suavemente.


‑ Tu has sido elegido por Lorena, no por nosotros, quizás  ella vió algo en tí que nosotros no hemos visto. No eres un  ser especial, ni tienes cuerpo de guerrero ni sabiduría de  anciano. Quizás nos des una sorpresa a todos. Aún así tienes  en tus manos la vida de tu familia y una misión importante,  de ti depende que Marcos llegue al templo. Yo estaré cerca de  ustedes en todo momento, sólo debes llamarme con el  pensamiento. 


‑ ¿ Llamarte? ni siquiera sé quien o qué eres, ni cómo te  llamas, mucho menos sabré como llamarte. 


‑ Me llamo Lucero y sólo debes repetir mi nombre con mucha fe  y yo estaré contigo.


‑ Se te olvida otra cosa Lucerito, estamos desprotegidos, ni  siquiera tengo un arma con que defendernos, además los  aldeanos nos buscan y en cuanto sepan que vamos hacia la  montaña nos asesinarán a todos, no tengo buenos caballos y  llevamos pocas provisiones. 


‑ Tu eres un hombre inteligente y sabrás que hacer.  Con  respecto a un arma lamento decirte que debes entrar al templo  sin armas pues éstas han cegado muchas vidas y están  manchadas de sangre inocente. 


‑ Entonces tu piensas que yo voy a llegar al templo vivo y  sano, sin nada con que defendernos, y que con mis humildes  manos dé muerte a todos aquellos que sí están armados y que  no persiguen. ¡Que ilusa eres !!! 


‑ Sigo sin entender que fue lo que te vió Lorena ‑ dijo  Lucero molesta ‑ no usas ese cerebro para nada. Tan grandote  y con cerebro de hormiga. 


‑ Por favor ‑ dijo Lorena ‑ no me lo ofendas, yo lo amo y  confío en su buen juicio. 


‑ Claro que sí ‑ dijo Javier tomando la mano de su esposa ‑ y  deja de hablarme así pues no se porqué te me pareces a mi suegra.  
      

     Todos rieron, quizás de esa forma trataban de olvidar  la difícil misión que tenían encomendada. Poco a poco se  fueron quedando dormidos y Lucero los cubrió con un manto  transparente, aterciopelado y que de lejos parecían cubiertos  por fina escarcha plateada.           

     A  la  mañana  siguiente   ensillaron   los   caballos  y emprendieron el viaje hacia el este. El anciano les guiaba  por los caminos menos transitados para así no encontrarse con  ningún forastero. El viaje fué sumamente tranquilo. Lucero no  volvió a aparecer desde aquella noche en el oasis.  

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