Espejismos - Tercer Capítulo
Entonces después
de mucho conversarlo y pensarlo bien, Lorena y Javier decidieron ir en dirección
a las montañas, hacia el Dios del
Este.
‑ Será un camino
sumamente difícil, lleno de peligros ‑ dijo
la mujer ‑ pero no deben olvidar que todo es por el bien de la humanidad, que el Dios del Este siempre
estará con ustedes y que deben tener
mucha fe. No deben flaquear o todo será en
vano. Yo estaré cerca de ustedes por si me necesitan y deben recordar que pase lo que pase el niño debe
llegar hasta el templo.
‑ Pero ¿ cómo
saber el camino ? ‑ preguntó Javier.
‑ El anciano se
los mostrará.
‑ Pero no podemos
confiar en él. ¿Cómo sabremos que nos
llevará por el camino correcto?.
‑ La leyenda dice
que la astucia y la experiencia de muchos años será puesta al servicio del niño para su llegada al templo. El anciano sabe que hablo con la voz
de la verdad y que no hay marcha atrás.
Es la única persona que conoce a la perfección la montaña y los caminos más
fáciles para llegar a la cima de ella.
La mujer se acercó al anciano y lo
miró fijamente, sus ojos cambiaron de
color y aquellos ojos que antes eran negros
se tornaron azul pastel, en cambio
los ojos de la mujer brillaban
como luceros perdidos en el firmamento. El anciano cerró sus ojos ahora azules y cayó en un profundo sueño.
La
mujer caminó hacia Lorena y tomó sus manos. La miró con mucha ternura y le dijo:
‑ Yo sé que no
entiendes lo que sucede, ya no llores, debes
sentirte halagada ya que fuiste elegida entre millones de mujeres para ser la madre del niño que nos
salvaría. No eres una mujer común, y tu
lo sabes. No hablo de poderes mágicos
sino de cosas que son más fuertes que la magia, como la entereza de carácter, la nobleza, la fe, el
espíritu de sacrificio, la perseverancia
y sobre todo la capacidad de perdonar.
Tu eres una mujer fuerte y sabrás como actuar. He eliminado del corazón del anciano la envidia
y la mentira que cegaba sus ojos, ahora
es sincero y será capaz de dar la vida por ustedes.
Acercó sus labios a la frente de
Lorena, la besó y luego tomó las manos
de Javier. Se sentó frente a él y le
habló suavemente.
‑ Tu has sido
elegido por Lorena, no por nosotros, quizás
ella vió algo en tí que nosotros no hemos visto. No eres un ser especial, ni tienes cuerpo de guerrero ni
sabiduría de anciano. Quizás nos des una
sorpresa a todos. Aún así tienes en tus
manos la vida de tu familia y una misión importante, de ti depende que Marcos llegue al templo. Yo
estaré cerca de ustedes en todo momento,
sólo debes llamarme con el
pensamiento.
‑ ¿ Llamarte? ni
siquiera sé quien o qué eres, ni cómo te
llamas, mucho menos sabré como llamarte.
‑ Me llamo Lucero
y sólo debes repetir mi nombre con mucha fe
y yo estaré contigo.
‑ Se te olvida
otra cosa Lucerito, estamos desprotegidos, ni
siquiera tengo un arma con que defendernos, además los aldeanos nos buscan y en cuanto sepan que
vamos hacia la montaña nos asesinarán a
todos, no tengo buenos caballos y
llevamos pocas provisiones.
‑ Tu eres un
hombre inteligente y sabrás que hacer.
Con respecto a un arma lamento
decirte que debes entrar al templo sin
armas pues éstas han cegado muchas vidas y están manchadas de sangre inocente.
‑ Entonces tu
piensas que yo voy a llegar al templo vivo y
sano, sin nada con que defendernos, y que con mis humildes manos dé muerte a todos aquellos que sí están
armados y que no persiguen. ¡Que ilusa
eres !!!
‑ Sigo sin
entender que fue lo que te vió Lorena ‑ dijo
Lucero molesta ‑ no usas ese cerebro para nada. Tan grandote y con cerebro de hormiga.
‑ Por favor ‑ dijo
Lorena ‑ no me lo ofendas, yo lo amo y
confío en su buen juicio.
‑ Claro que sí ‑
dijo Javier tomando la mano de su esposa ‑ y
deja de hablarme así pues no se porqué te me pareces a mi suegra.
Todos rieron, quizás de esa forma
trataban de olvidar la difícil misión
que tenían encomendada. Poco a poco se
fueron quedando dormidos y Lucero los cubrió con un manto transparente, aterciopelado y que de lejos
parecían cubiertos por fina escarcha
plateada.
A la mañana
siguiente ensillaron los
caballos y emprendieron el viaje
hacia el este. El anciano les guiaba por
los caminos menos transitados para así no encontrarse con ningún forastero. El viaje fué sumamente
tranquilo. Lucero no volvió a aparecer
desde aquella noche en el oasis.
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