La Guardiana de Cetus - Tercer Capítulo
LA GUARDIANA DE CETUS - TERCER CAPITULO
Salió de la sede del Gran Concejo y fue trasladada al Carina Navis, lugar donde llegaban y despegaban las naves de los planetas amigos. Allí la esperaba una gran multitud. Todos habían traído regalos para la nueva guardiana. Sabían que, a pesar de su importante misión, la guardiana estaría muy sola y en muchas ocasiones extrañaría su planeta, así que todos llevaban libros, pergaminos, dulces, frutas, ropas, aros de música, etc. Era una manera de agradecer su gran sacrificio.
Antes de abordar la nave, toda la familia Deneb se despidió de ella. Su madre se acercó y besó sus ojos.
— Pensé que nadie vendría — dijo Zalixa.
— Por nada del mundo hubiéramos perdido la última oportunidad de verte — dijo su madre — Siempre pensé que conocerías varón antes de que mi hermana muriera, pero lamentablemente no fue así. Tenía la esperanza de que la próxima guardiana fuera tu prima, pero ella aún no ha comenzado su ciclo lunar. Sabes que siempre estaré en espíritu contigo y cuando veas brillar con intensidad al Lucero Milenario, sabrás que estoy pensando en ti. Cuídate, y ten mucho cuidado con Dracos.
Sus hermanos le entregaron los zafiros del recuerdo, donde estaban grabados como hologramas todos los momentos felices que habían pasado juntos.
Zalixa se despidió y abordó la nave que la llevaría a una nueva vida, lejos de todos sus seres queridos.
* * * * *
El viaje hacia Cetus fue muy largo. En la nave sólo se encontraban el piloto, la tripulación necesaria para el traslado de sus pertenencias y ella.
Miró hacia el espacio por el frío cristal, preguntándose cuál de todos aquellos cuerpos esféricos era Cetus y cómo sería su vida en aquel lugar. Después de seis horas decidió levantarse de su asiento y hablar con el piloto.
— ¿Cuánto falta para llegar a Cetus? — preguntó Zalixa.
— Poco — respondió el piloto.
Zalixa lo observó. Era un hombre bastante anciano, pero no por esto dejaba de ser apto para su trabajo. Para los habitantes de Ashgard los ancianos eran considerados seres sagrados, debido a su experiencia y conocimiento de la vida. Irrespetar a un anciano era considerado delito grave, y hacerle daño se pagaba con la muerte. Zalixa observó los hermosos ojos verdes del piloto y se preguntó a cuántas guardianas habría transportado a Cetus.
— ¿Puedo hacerle una pregunta? — dijo Zalixa.
— Por supuesto — respondió el piloto con una amable sonrisa.
— ¿Cuántas veces ha hecho este viaje?
— Esta es la tercera vez, y quizás sea la última. Para mí es un honor ser quien vea a las guardianas por última vez. Soy quien las lleva a Cetus y quién regresa por ellas cuando su misión ha terminado. Sólo yo sé cuál es el camino a la fortaleza.
— ¿Y qué pasará cuando usted muera?
— Mi nieto se encargará. Es muy probable que sea él quien la transporte de regreso a Ashgard cuando usted termine su misión. Yo le enseñaré el camino igual que mi padre me lo enseñó a mí.
— Ya veo — dijo Zalixa pensativa.
— No se ponga triste, jovencita — dijo el piloto apoyando la cabeza de Zalixa sobre su pecho — piense que con su acción usted está salvando la vida de muchos inocentes.
— ¡Pero es que soy tan joven!
— Lo sé, es la guardiana más joven que he tenido que transportar, y créame, que, si estuviera en mis manos, yo tomaría su lugar. A veces no podemos cambiar nuestro destino, aunque lo deseemos mucho. Se debe poner en una balanza nuestros deseos y por el otro lado las consecuencias que tendría seguirlos. Hay ocasiones en que lo que deseamos podría hacernos felices, pero al mismo tiempo dañaría a otros. Es en ese momento en que debemos tomar una decisión sabia, aunque esto nos produzcan muchas heridas.
— Siento dolor en su corazón — dijo Zalixa, retirándose del piloto y observando sus ojos.
— Así es. Hace treinta años tuve que dejar ir a un ser a quien amaba muchísimo. Eso me dolió profundamente, pero separarnos fue lo más sabio.
— Lo lamento — respondió Zalixa y volvió a apoyar su cabeza sobre el pecho del piloto.
— Será mejor que duerma un poco — dijo el anciano — el viaje es corto, pero en el espacio el tiempo pasa muy lentamente, sobre todo para los principiantes.
Zalixa asintió y cerró los ojos. El anciano acarició suavemente la tela que cubría la cabeza de Zalixa. Notó que la joven había caído en un profundo sueño y se preguntó si debajo de aquella suave tela se escondía una joven tan hermosa como la última guardiana a la que tuvo que transportar.
La ley decía que después de que la joven Deneb en turno fuera elegida, debía cubrir su cuerpo de pies a cabeza, con el fin de no tentar a ningún varón. Desde ese momento era considerada sagrada y nunca debía retirar la tela de su rostro ni mostrar otra parte de su cuerpo. Guardaría total celibato y permanecería pura hasta la muerte. Nadie podría observar nunca más su rostro. Sin embargo, hubo una guardiana a la que él sí pudo ver en todo su esplendor y ese era un secreto que se llevaría a la tumba.
Después de tres horas Zalixa despertó. Observó a su alrededor y sólo veía estrellas y un gran universo negro.
— ¿Cuánto falta? — preguntó.
— Ya estamos entrando en la órbita de Cetus.
— Pero yo no veo nada — dijo Zalixa observando el espacio.
— Esa es la idea.
— No comprendo — dijo la joven confundida.
— Yraideé, la primera guardiana, hizo que el satélite lunar Cetus pasara desapercibido para todo el universo. De esta manera se evitaba que los habitantes de Antares invadieran Cetus y rescataran a Dracos. Yraideé, mediante sus poderes, dibujó un mapa estelar en la mente de uno de mis antepasados, con la ubicación exacta de Cetus. Al morir, el hechizo pasa a la mente del siguiente piloto y así por generaciones. Yo enseñaré a mi nieto el manejo de la nave, pero su primer viaje lo hará solo, después de que yo muera. Ahora vuelva a su asiento y abroche su cinturón. En treinta minutos estaremos sobre el suelo de Cetus.
— ¿Y ya no lo veré más?
— Quizás sí. Debo quedarme en Cetus hasta que usted esté instalada y la antigua guardiana esté lista para su viaje de regreso. Eso tomará aproximadamente dos días. Yo estaré en la fortaleza y los demás miembros de la tripulación se quedarán en la nave, preparando todo para el viaje de regreso.
— Entonces me voy — dijo Zalixa — pero antes quisiera saber cómo se llama.
— Jesrael — respondió el anciano.
— Hermoso nombre — sonrió — Gracias Jesrael por un viaje tan maravilloso.
Zalixa besó las manos del piloto y se retiró.
De vuelta a su asiento, siguió las instrucciones de Jesrael y esperó paciente el momento de aterrizar. Observó por la ventanilla, pero no veía absolutamente nada. Tan sólo se divisaba, a lo lejos a Ashgard, que parecía una pequeña luna desde ese lugar.
Se puso a pensar en todos los seres que estaban involucrados en el cuidado de Dracos y quedó impresionada. Ella pensaba que las guardianas eran las únicas con aquella responsabilidad, pero ahora sabía que estaba equivocada. La familia de Jesrael estaba dedicada al transporte de las guardianas por siglos. También estaban los Cristales Vivientes, encargados de preparar a todas las guardianas para su nuevo destino.
El tiempo pasó rápidamente y de pronto notó que la nave parecía tocar tierra firme. Después de unos minutos Jesrael salió de la cabina de mando y se acercó a ella.
— Ya llegamos, Zalixa.
— Pero aún no se ve nada.
— No te preocupes por eso. Pronto entenderás. Debemos ponernos las burbujas de oxígeno para salir de la nave. Afuera no existe atmósfera ni gravedad. De todas maneras, el trayecto de la nave a la entrada de la fortaleza es pequeña. En cinco minutos estaremos allí.
Zalixa obedeció. Después ponerse las burbujas de oxígeno abordaron un pequeño vehículo espacial y la plataforma de desembarque de la nave se abrió.
El suelo estaba cubierto de polvo y rocas de un negro intenso, tan intenso que se confundía fácilmente con el espacio. Era como si en realidad estuvieran navegando a través del universo y no sobre el suelo de Cetus. Tampoco la luz de los dos soles se reflejaba en él, dándole a Cetus la impresión de ser transparente. Ahora entendía por qué las naves no divisaban al pequeño satélite.
Zalixa trataba de enfocar la famosa fortaleza, pero su vista se perdía en el horizonte y solo se observaba una inmensa oscuridad.
Jesrael conducía el vehículo, con tanta seguridad que Zalixa se sentía confiada. Después de algunos minutos, el anciano detuvo la marcha.
— ¿Qué sucede? — preguntó la joven.
— Tranquila, ya van a abrir.
— ¡Pero aquí no hay nada! — dijo Zalixa mirando a su alrededor.
— Observa — señaló hacia adelante.
Zalixa no veía nada. Todo seguía oscuro y delante de ella solo estaba un infinito desierto negro. De pronto una pequeña luz bailaba frente a ellos. La luz se fue haciendo cada vez más intensa y crecía a cada momento. Zalixa estaba anonadada y no daba crédito a sus ojos. Delante del vehículo se había formado un gran remolino ovalado de luz blanca.
Jesrael puso en marcha el vehículo espacial y traspasaron el óvalo de luz. Zalixa vio que una gelatina blanca los envolvía y sintió miedo. Después de unos segundos cruzaron la "puerta" y entraron a la fortaleza.
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